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EL GATO ME LO DIJO: Confiá en tu Intuición

Hoy me paso una de las cosas más reveladoras en la vida. Después de 41 años de lidiar con la inseguridad de la mujer y  la lucha interna entre que somos capaces de defendernos solas y la vulnerabilidad que nos caracteriza, pude realmente comprender dos cosas: primero,  el sentido de la intuición que muchas veces negamos y segundo, la batalla constante a la que nos enfrentamos los seres humanos en situaciones de peligro.

Me levanté como cualquier día normal a las 5:00am para preparar mi corrida/caminata matutina y a las 5:30 después de hacer calentamiento, mi meditación y tomarme mi agua con sal rosada y limón, me dispuse muy motivada a empezar mi día con energía, se me venia un día muy productivo enfrente y quería atacarlo con todo.

Al salir, iba pensando en un evento que pasó el fin de semana y como las mujeres siempre estamos expuestas a que un hombre nos quede viendo y quiera intentar algo más. Me ha pasado más de una vez pero lo vemos “normal” y no decimos nada más que “cuidarnos” un poco de la situación y  marcar barreras adecuadas, pero sin dejar de lado que andamos trabajando o cerrando un negocio o dando una buena impresión para la empresa. Mi conclusión fue que debemos siempre decir algo y no tirarnos de las fuertes y valientes porque la verdad es, que “las intenciones de los demás no las conocemos” (palabras de Mario). 

Mientras reflexionaba sobre este tema, vi un gato negro que me miraba intensamente y solo pense “que tonto pensar que los gatos negros traen mala suerte, si solo es un gato” y pensé también “Si yo creyera en esto, ya me hubiera regresado a la casa por temor a que algo me pase” y seguí en mi ruta habitual “segura” que siempre tomo.

Me crucé con un sacerdote muy amable que corre a la misma hora y el militar que lo acompaña, me sentí segura como siempre. Pero al girar la esquina donde ellos ya no están, vi acercarse a un hombre con características de “vagabundo” y mirada perdida, pero con expresión amable. Mi mente pensó en cruzar al otro lado de la calle, pero venía con la mano extendida a saludarme y mi naturaleza de no ofender al prójimo por lo que aparenta, me dio la seguridad de permitirle acercarse. Para mi NO tanta sorpresa bajó su mano y me la metió en la pierna. Solo pude emitir un agudo grito y separarme como pude, ni un alma en la calle. Inmediatamente se alejó y siguió su camino como si nada, fresco caminando hacia el Hospital del Torax.

Al continuar mi ruta con lágrimas en mis ojos e impotencia en el corazón, solo podía recordar otra situación similar (solo que con un cuerdo, bueno borracho) que hace poco intentó sobrepasarse conmigo y tuve que levantarme de la mesa para poner distancia y esperar que lo  mandaran a dormir. Pero mientras lo recordaba, otra vez me salió el gato negro, y esta vez lo quede viendo a los ojos y no me quitó la mirada de encima. Casi sentí que me estaba diciendo, “te lo intente decir” pero no me escuchaste.

Lo que les quiero compartir, es que mi día empezó con las señales correctas, mi intuición me estaba diciendo que algo pasaría y decidí no escucharla, no solo una vez, sino dos. Cuántas veces decimos “ya sabía, lo presentí” pero igual lo hacemos. No conozco el poder de la intuición como quisiera, pero me queda más que claro, que debemos detenernos más a escucharla.

Lo segundo, que me pareció la reflexión más importante, es que al llegar a casa le conté a Mario, podría haber minimizado el evento y no comentarlo, total no había pasado nada grave, pero sentí que la conversación sería enriquecedora como siempre y la verdad de las verdades, ocupaba compartir lo que sentía o más bien, la ausencia de sentimientos inmediatos. Nuestras conclusiones fueron:

  1. Todos, hombres, mujeres y niños estamos siempre expuestos al mal
  2. Tenemos un mal pensamiento de que porque somos mujeres no podemos detener de frente a un acosador (sean solo miradas o algo peor) y tenemos que solo escabullirnos y seguir sonriendo
  3. Pensamos que la fortaleza interior y  mental son suficientes para protegernos ante un ataque y vamos de seguras por la calle
  4. Pensamos y permitimos que nos digan cosas incómodas o nos den miradas acosadoras porque estamos en una reunión de negocios
  5. Es más fácil no hablarlo porque sentimos que nos hace vulnerables o peor aún, nos sentimos culpables por la manera en que nos vestimos o hablamos o nos presentamos al mundo
  6. Podemos desde ya orientar a nuestros hijos para que estén más atentos, menos confiados y que si sienten algo extraño lo digan o pidan ayuda aunque parezca pequeño
  7. Tendemos a minimizar estos episodios porque salimos bien librados de ellos, pero ¿y si no fuera así la próxima vez?

Mi mayor reflexión sigue siendo que mi intuición me lo dijo, el gato me lo dijo, ¿por qué insistimos en negar las señales interiores que solo están ahí para cuidarnos?

Comparto el mensaje no porque me sienta orgullosa, todo lo contrario, lo hago porque siento que hemos normalizado el callar mucho, reírnos de los hechos, minimizar las situaciones y además preferimos hablar de temas que nos hacen sentir cómod@s y no los que nos hacen sentir incómod@s. 

Espero esta mi incomodidad nos ayude a estar más atent@s, a enseñar y prevenir más, a compartir más y sobre todo a saber que no importa lo que pase, aunque seamos valientes e independientes, un buen compartir con las personas correctas alivia el alma y abre la mente. 

Y aparte: NO ESTA BIEN QUE NINGÚN HOMBRE PIENSE QUE PUEDE COMPORTARSE ASÍ POR SU NATURALEZA Y QUE NUESTR@S HIJ@S CREZCAN PENSANDO QUE DEBEN ACEPTARLO O QUE ES SU CULPA. BE THE CHANGE. 

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