Mi hija cumple 13 años hoy, el Día de la Independencia de Honduras. Desde ese día mi corazón supo que sería diferente, independiente como su patria y determinada como nadie. Yo sentía miedo profundo.
Trece (thirteen) se supone que marca la adolescencia de los jóvenes, esa época donde empiezan a rebelarse, a tener opinión, a molestar a sus padres con sus imprudencias y la época donde ellos, pues, adolecen de unos padres que no los comprenden.
Vivi siempre nos mostró que ella no adolecería, porque su espíritu era más fuerte desde pequeña. La identidad que tanto batallamos para encontrar y definir al entrar en la adolescencia ya nació con ella; no hay nada que buscar. Rápidamente entendí a través de ella que no podía guiarla de la misma manera que lo hacía con su hermano; ella ya tenía un camino definido, un propósito que no cambiaría, el propósito de enseñar a amar libremente, sin expectativas previas, sin patrones a seguir, sin normalidad. Ella me enseña todos los días lo que amar verdaderamente significa y lo hace desde su libertad, desde su identidad y desde su propósito.
Cualquiera que conoce a Vivi sabe que puede amarla u odiarla, así de fuerte. Vivi no esconde sus verdades ni sus sentimientos; tampoco acepta ser maltratada o la hipocresía y no tiene miedo de decirlo (ahí es donde la podes odiar). Su identidad va moldeándose con los años, pero su esencia, su verdadero yo, aún sigue intacto, no escondido detrás de un falso ego de complacencia ni de adaptación.
Lo interesante es que todos nacemos así. Todo bebé es auténtico; llora por sus necesidades, no admite menos de lo que necesita, hasta que la humanidad y patrones societarios y parentales se meten con su vida y el ego empieza a protegerse para sobrevivir, adaptándose a lo que los demás dicen, siguiendo las reglas establecidas y sonriendo aunque no lo desee por el resto de su vida.
Ser mamá de Vivi es un reto, porque me obliga a crecer desde adentro, a sanar mis heridas y a desvestirme de mi propio ego para verla con el corazón y ¡my God! que bello es verla desde ahí, sin tabús, en su anormalidad, en su esencia, en su amor. Su amor libre me enseña que amar no es querer a todo mundo o fingir quererlo; amar es aceptar incondicionalmente, señalar las incongruencias cuando es necesario y compartir las sensibilidades del otro, porque ella sabe que todos somos sensibles como ella, solo que no lo demostramos. Ella sabe que esta forma de amor duele, que la honestidad no es para todo mundo y que la mayoría espera mucho sin dar nada a cambio, y en ese dolor y sensibilidad va encontrando cada vez más una mejor versión de ella, una más compasiva o una más determinada, una que protege su corazón pero no permite que esto cambie su esencia… Es una bendición ser mamá de Vivi.
Vivi, en 13 años he aprendido contigo que la opinión no se manipula, que compasión y cariño no son lo mismo, y que aceptación y amor tampoco. He aprendido a poner barreras sanas y he aprendido que el dolor es parte de vivir y crecer, y también he aprendido que la felicidad no es un commodity caro; pero requiere determinación y sobre todo valentía, valentía de decir lo que pensas y valentía para no complacer a todo el mundo, valentía para defenderte, valentía para solo callar cuando es necesario, valentía para seguir adelante y valentía para amar libremente. TE AMO así como sos.
Si admito, cuando nació moría de miedo, miedo a no saber cómo criarla, miedo a equivocarme, miedo a quebrarla, pero hoy siento gratitud de que haya nacido a través de mí y que todos los días nos enseñe su amor libre.